FUEGO AMIGO

Dicen en los medios -cito textualmente- que «tenemos que acostumbrarnos a los atentados islamistas», que «el peligro está en el aumento de la islamofobia» porque «es lo que quieren los terroristas». 

Cada frase por sí misma puede ser más o menos discutible -más de uno añadiría otros calificativos-, pero las tres juntas no aguantan el análisis más superficial. Y créanlo o no, se están lanzando juntas. En diferentes medios y a diferentes horas. Así que pasaré a comentarlas por separado, y también en su conjunto. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para trocear el dogma progresista?¿Acaso vamos a ser más papistas que el Papa y enmendarles la plana a los de la capital? Yo digo: ¡NO!

1. Empezamos por la primera: «Tenemos que acostumbrarnos a los atentados islamistas».

Es muy buena. Tan buena que me encantaría ver al tertuliano de turno contándole eso a la víctima del último atentado islamista mientras el médico decide si le recompone la pierna o si es mejor usarla para recomponerle otros miembros a su hija pequeña. La frase es variación de la acuñada por el muy progresista Primer Ministro Francés Manuel Valls tras el atentado de Niza en el que un «camión» (de nuevo cito medios progresistas) se llevó por delante 84 vidas nada más. Por lo demás, la resignación me parece una decisión muy respetable siempre y cuando no traten de imponérmela llamándome islamófobo si me niego a adoptar tan cristiana actitud. Si cambian el «hay que» por un «yo me», no tendré nada que decir. Pero déjenme el derecho a cabrearme y horrorizarme sin acarrear el estigma social que supone no acostumbrarse ni resignarse a que de vez en cuando masacren a unas decenas de nosotros, o a nosotros mismos, en exigencia de una ley islámica que castiga con la muerte la disidencia -amén de otras muchas cosas chulísimas que de seguro habrá oído usted por ahí. Créame, casi todas son ciertas-. Y discúlpenme si me permito acabar con la definición RAE de la palabra «resignación» por ser la más usada esta mañana en los principales medios: Entrega voluntaria que alguien hace de sí poniéndose en las manos y voluntad de otra persona. Guárdela en la memoria, intrépido lector, que la usaremos más tarde. Pero no la rotule en un autobús naranja, no vaya a multarle Cristina Dos Varitas Cifuentes por alimentar el discurso del odio.

2. «El peligro está en el aumento de la islamofobia».

Esta frase es una obra maestra, pero sólo maestra en maldad. ¿Cómo que el peligro está en la islamofobia? Abrimos cada semana con un nuevo atentado islamista, y los medios mienten cuanto pueden para maquillarlo. Sin conseguirlo, claro, gracias a que aún tenemos las redes. Y a ver lo que nos duran. Sin embargo no hay atentados islamófobos. Esto es empírico: si hubiera el más mínimo atisbo, los mismos medios que maquillan cuanto pueden a los yihadistas lo amplificarían con un nivel de histeria parecido al que usan cada vez que el presidente electo de Estados Unidos se rasca la barbilla. Y sin embargo, ni rastro.

Cabe señalar que esta es una variante del infausto titular de Lo País aquel 12 de Septiembre de 2001, «El mundo en vilo en espera de las represalias de Bush» tras la masacre de las Torres Gemelas. Me permitirán que señale dos peligros mucho más inminentes que un hipotético aumento de la islamofobia, y que son a) los propios atentados, que masacran a personas. Personas reales, no hipotéticas, aunque no tan reales como los seres queridos de los tertulianos de mucho progreso, eso es verdad, y b) la radicalización de un votante islamista cada vez menos minoritario cuyo apoyo no será ignorado por aquellos que quieren implantar la ley islámica en nuestro continente.

3. «Es lo que quieren los terroristas».  (El aumento de la islamofobia)

Esta frase ya es un sarcasmo. Los islamistas lo que quieren es la ley islámica en nuestro territorio. La -repito, hipotética, nunca materializada- islamofobia sería un obvio impedimento para la instauración del dogma mahometano, y esto no requiere mayor explicación. La frase recuerda claramente al dogma progresista/nacionalista -curioso equipo, vive Dios- de que toda resistencia al nacionalismo «es una máquina de fabricar nacionalistas». Oiga, no. Si así fuera no protestarían ante la resistencia; callarían en lugar del recital de grititos y pataleos a los que nos tienen acostumbrados cada vez que alguien baila poca sardana. Frotándose las manos. Y los pies. Y ya digo, no. ¿En qué modo podría convenir a quien quiere la sharia en Europa el que Europa fuera islamófoba? Busque, intrépido lector, la respuesta en su interior. Pero ya le adelanto yo que en nada. Por lo que le pueda servir. Sin embargo, sí hay algo que siempre ha necesitado el islamista europeo para irse imponiendo poco a poco: las acusaciones de islamofobia al más mínimo «pero«.

-¿Pero no habíamos quedado en que la mujer es libre de hacer, vestir, salir y folgar lo que quiera, donde quiera y cuando quiera, como cualquier hombre?

¡ISLAMOFOBIA!

-¿Pero no habíamos quedado en que un estado laico no debe apoyar ninguna religión por ser algo privado y rancio?

-¡ISLAMOFOBIA!

-¿Pero no habíamos quedado en que violar niños y mujeres es un execrable crimen a perseguir, incluso en Estocolmo y Rotherham?

-¡ISLAMOFOBIA!

Y eso sí lo necesita el islamista europeo: las acusaciones de islamofobia ante cualquier preguntilla que tengamos al respecto. Que no es lo mismo que la islamofobia a secas. De hecho, es mucho peor, toda vez que si la islamofobia es real, muy inútil tiene que ser para no salir en unos periódicos que inventan y ocultan noticias a su antojo y conveniencia, mientras que la sola acusación de islamofobiamucho más efectiva– te puede aislar laboral y socialmente sin necesidad de demostración.

Conclusiones.

Llega el momento de atar cabos y analizar las tres frases juntas, el nuevo hit del dogma progre: «Tenemos que resignarnos a los atentados islamistasel peligro está en el aumento de la islamofobia, que es lo que quieren los terroristas». 

Si ante los atentados hay que resignarse y el verdadero peligro es la islamofobia, tenemos que concluir que no mata el terrorista sino quien rechaza sus principios, «que es lo que quiere el terrorista». Dado que la islamofobia no asoma, uno diría que lo que el complicado dogma intenta decir es que el terrorista quiere ser rebatido, pero al no encontrar resistencia no tiene más remedio que matar. Absurdo, lo sé. Por otro lado, si a los atentados hay que resignarse, pero a la islamofobia no, entiendo que vas con el yihadista. Mal hecho, pero al menos eres claro. Sin embargo, la frase que lo embrolla todo es «que es lo que quiere el terrorista». Esto nos hace sospechar que el dogma no está totalmente de acuerdo con el yihadista, aunque no sea tan malo como la islamofobia. ¿En qué quedamos, pues? La solución está en ese término tramposo, ya que no es la islamofobia lo que quiere el yihadista, sino LAS ACUSACIONES DE ISLAMOFOBIA, que no es lo mismo. De tal modo, y aplicando todo lo anterior, el dogma queda traducido así.

«Tenemos que entregarnos voluntariamente poniéndonos en las manos y voluntad del islamista. El peligro está en la resistencia que surgirá, pero nosotros los acusaremos de islamofobia, que es lo que quieren los terroristas». 

Se entiende mucho mejor, ¿eh? Así las cosas, para el periodista europeo -y su jefe, el político- los muertos, el terror y las bombas son poco menos que fuego amigo.

¿Y TÚ QUÉ ERES, NIÑO O NIÑA?¿ESTÁS SEGURO?

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La maduración es un proceso largo y tortuoso. Ser niño es un laberinto de preguntas e inseguridades. Son curiosos, los niños. Siempre hacen preguntas. Y no son tontos. Detectan cuándo te estás inventando la respuesta. Especialmente cuando a la misma pregunta le das respuestas distintas. Si el asunto es poco importante, tal vez se olvidará, pero si toca asuntos vitales, (¿Papá, tú y mamá estaréis casados siempre?) una respuesta múltiple o vaga le causará inseguridades, y puede que trastornos. Pero hoy no hablamos de niños que interrogan a los mayores, sino de lo contrario, de adultos que interrogan a los niños.

Hazle una pregunta al niño y buscará la respuesta inmediatamente. En su inexperiencia, a menudo no dará con ella, pero si la pregunta es especialmente interesante, no parará hasta dar con la respuesta. Probablemente la buscará en un mayor en quien confíe, porque las preguntas producen inseguridad, y las respuestas la conjuran. Por supuesto, esto también nos pasa a los adultos, pero una mente sin formar necesita una respuesta firme y autorizada. Sólo la inseguridad, y por tanto, la curiosidad, es poderosa en ellos. Dale a un niño un problema (da igual una pregunta que un abusón) e intentará resolverlo con sus herramientas. Primero tal vez el ingenio, pero si no puede, tarde o temprano recurrirá a la fuerza. Y si con la fuerza tampoco lo logra, tenemos un conflicto. De ahí que a los niños les atraiga Darth Vader. Porque tiene poder. ¿Qué haría un niño con su abusón, si tuviera el poder de Vader? ¿Razonaría con él buscando soluciones, visibilizando los puntos en común de ambos para lograr una confluencia sinérgica, proactiva e incluso holística?¿O lo estrangularía con un simple gesto de la mano?

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-¿Quién soy yo, Capitán Antilles?¿Vader o Leia? -¡Vader! -¿Seguro?¡Busca en tu interior! -¡Leia! -¿Me estás llamando mariquita? *crack!

 

Y por eso es tan astuto (de los motivos hablamos ya otro día) preguntar a un niño qué quieres ser, niño o niña, añadiendo que sólo él tiene el derecho de responder, más allá de la biología. Porque le habrás otorgado un poder que ni siquiera tienen sus mayores. Repregunta, tras la primera reacción. Que busque bien, pues la respuesta correcta no tiene por qué ser la obvia, y le habrás desarmado, sembrando en el niño una inseguridad que sólo se resolverá con grandes dosis de azar: la respuesta y/o el sexo real de sus amigos, la reacción del profesor, y una lista de etcéteras tan arbitrarias y casuales como una ruleta rusa cargada con balas de mil colores.
Por otro lado, y dejando de lado la certeza de que la respuesta sea inducida por el interesado en formular la pregunta, ¿dónde está la diversión de poseer el poder de Darth Vader si no vamos a usarlo? En la mente de un niño, la fuerza sólo merecerá la pena si lo usamos para cambiar la realidad, no para dejarla como está. Por eso sé que la inducción está en la propia pregunta. Astuto plan, ¿eh?

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Dar a elegir (animar a elegir) a un infante entre ser niño o niña es otorgarle un poder que no merece tener, no por castigo, sino para protegerle de tamaña responsabilidad. Ni siquiera el adulto elige su -mal llamada- opción sexual. Esa condición les será revelada naturalmente con los años a través de la biología, la experiencia y Telecinco en porcentajes que podríamos discutir durante siglos, mas nunca será una opción. Pero una vez sembrada la pregunta como opción, (¿Qué soy yo?¿Me gustan los niños o las niñas?) el niño no descansará hasta dar con la respuesta. Clara, rotunda, infalible. Una respuesta segura. ¿Y qué criterio tiene un niño?¿Cuántas estupideces comete por imitar a sus ídolos, a sus amigos o al primer idiota que pasa por la calle?¿Por qué exponerle a semejante riesgo?¿Qué posibilidades hay de que elija la opción correcta?

Ninguna. Siempre se preguntará si eligió bien tras una infancia insegura de preguntas sin respuesta, de certezas interiores estranguladas por producir unas grietas en la opción elegida que ni el adulto más bienintencionado pudo recomponer. Y esas grietas no se pueden estrangular, porque el poder que le otorgaron a ese niño no era real sino inducido. Jamás tuvo la más mínima opción. Quien le diga al niño que su respuesta siempre estará bien es un falso amigo, un abusón sutil, una amenaza fantasma, porque sabe que esa respuesta no es opcional. Quien formula esas preguntas sólo busca esclavos para su ejército.

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«A los niños hay que decirles la verdad». Eva Hache.

REFORZAR LA CERRADURA

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Sala Bataclan horas después de la segunda masacre de París, también en el nombre de Alá. 

 

Por motivo de las vacaciones de Semana Santa grabé un reportaje sobre robos en pisos. Hablamos con un cerrajero que nos explica métodos rápidos y silenciosos para abrir puertas. Su recomendación es diáfana: para estar más seguro hay que instalar la cerradura más resistente, la que más golpes requiera, la que más tiempo lleve al caco.

-Pero si quieren abrir una puerta, -pregunta la reportera- al final lo van a hacer, ¿no?

-Evidentemente, pero si ven una cerradura difícil, directamente van a buscar otra más fácil, más rápida y más silenciosa.

Y es que así de dura es la vida. Cuando compras una cerradura resistente, estás instando al ladrón a que robe a tu vecino menos precavido.

Leo en los digitales -no sé si la prensa escrita sigue existiendo- que los terroristas islámicos atentaron en Bruselas porque en París la presión policial era insoportable. Y aunque mi querida alcaldesa Carmena dice que con el terrorismo se terminará a base de abrazos, no se tiene noticia de que los asesinos contemplaran la posibilidad de abandonar las armas y echarse a sus brazos. Al menos no como primera opción. En lugar de eso, emigraron a Bruselas y masacraron allí a 32 personas, dejando heridas a más de 300 y sembrando el pánico en la Europa civilizada.

No he podido dejar escapar la analogía. Fresco el recuerdo de los atentados del año pasado, Francia ha instalado una cerradura fuerte. Acertó, pues los terroristas han declarado que su plan inicial era volver a atentar en París. Podían haber insistido, pero las garantías de éxito eran mínimas. Es verdad que simbólicamente habría sido un mazazo contra Europa, pero bueno, las víctimas sangran igual en Francia que en cualquier otro lado y los caminos de Alá son bastante escrutables. Bélgica quedaba cerca, estaba más relajada y ahora está contando los muertos. Se nos presentan dos maneras de reaccionar ante un enemigo no a las puertas, sino dentro y bien dentro: la opción Francia o la opción Bruselas. La cerradura cara o la barata.

Bueno, queda una tercera vía: la vía Carmena, la de abrir los brazos y hacer una sociedad más amable con quienes ven bien casar a su niña de seis años a cambio de cuarenta corderos y nueve camellas y luego lapidarla si es violada por alguien que no sea su marido. No vayamos a enfadarles. Además, si les damos mezquitas, escuelas y poder político, seguro que en tres días están viendo reposiciones de Sexo en Nueva York tuiteando las gracietas de Carrie Bradshaw en minishorts.

Prefiero la opción A. Pero es mi opción personal, ojo. Aquí coacciones pocas.

16/10/09 TODAY Picture by Tal Cohen -   Muslims protest outside Geert Wilders press conference in central London 16 October 2009,  Wilders who faces prosecution in the Netherlands for anti-Islam remarks pays visit to the capital.  The Freedom Party leader said 'Lord Malcolm Pearson has invited me to come to the House of Lords to discuss our future plans to show Fitna the movie.' Wilders won an appeal on October 13 against a ban, enforced in February, from entering Britain. Ministers felt his presence would threaten public safety and lead to interfaith violence. (Photo by Tal Cohen)  All Rights Reserved – Tal Cohen - T: +44 (0) 7852 485 415 www.talcohen.net    Email: tal.c.photo@gmail.com  Local copyright law applies to all print & online usage. Fees charged will comply with standard space rates and usage for that country, region or state.

 

LAS REINAS MAGAS DE CARMENA

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Recuerdo cuando era pequeño la ilusión que me hacían los Reyes Magos. De eso se trataba, de mantener las tradiciones utilizando la ilusión de los niños. Era un buen truco, pues luego seríamos nosotros los que querríamos generar esa ilusión en nuestros hijos, manteniendo de paso las tradiciones. Y así sucesivamente.

Un buen truco, sí. Pero hasta aquí hemos llegado.

Occidente quiere acabar con todo eso. Con la ilusión y con las tradiciones. Hemos inventado unos datos de pobreza que no existe y los hemos utilizado como coartada para meter en gobiernos y ayuntamientos a una gente que aborrece nuestra cultura, nuestra tradición y nuestra civilización.

Usando unos datos de violencia doméstica falseados hasta la náusea, ahora queremos que los reyes magos sean «reinas magas». Resulta que era un insulto a las mujeres que no hubiera una fémina entre los tres sabios de Oriente que cita nuestra tradición.

Retorno a cuando era pequeño y veía que el rey negro no era negro de verdad sino que estaba pintado. O que las barbas eran más falsas que Judas. Y de alguna manera me convencía a mí mismo de que todo era real, más que nada porque DESEABA que lo fuera. Y de hecho, los juguetes eran reales, que era entonces lo más importante del asunto.

Ahora veo que lo importante no son los juguetes. Lo importante era (es) mantener la ilusión para transmitir la tradición. Y es ahí donde estas parodias partidistas que nos ha traído la «nueva política» atacan sin piedad. Si los Reyes Magos son mujeres, los niños no se lo tragan. No way, sir. Detectan las «cosas de los mayores» metidas en el asunto. Si un DJ encabeza la cabalgata laica, los niños no reconocen la estrella de Oriente. O eso o para mantener la correlación en el belén habrá que colgar un DJ encima del portal. De los camellos olvídate: sería opresión animal. De modo que también habrá que vender reinas magas en triciclo en los puestos de la Plaza Mayor, para que las familias progres puedan celebrar la cristiana Navidad a su propia medida. Y al final, cada uno hará una cosa distinta, como cualquier otro mes del año. Que es lo que quieren en realidad tanto Carmena como el islamismo.

Hace poco el hijo de unos amigos me vino con una confidencia: «El papá de un amigo dice que los Reyes no existen, que son los padres». Le respondí muy en serio, sin perder el tono de secretismo, y con todo el aplomo que los niños demandan de sus adultos:

-Eso es porque el papá de ese niño no quiere que te traigan nada los Reyes.

-¿Y eso por qué?

-Porque no le gustan.

El papá de ese niño es la cabalgata de Carmena. Y así se derrumban las civilizaciones: con una amplia sonrisa.

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CULPAR A AZNAR (Contexto, texto y subtexto)

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Mientras aún se secaba la sangre en la sala Bataclan, la chusma ya estaba culpando a las víctimas. «Hay quien no tiene más remedio que inmolarse», decía un concejal barcelonés. «No nos obliguen a desempolvar el No a la Guerra», decía un destacado podemita tres minutos después de saberse que Francia estaba bombardeando objetivos militares en Raqa. No crean a Espinar y su engañoso «no nos obliguen», pues lo estaban deseando como agua de mayo. Horas después, el ayuntamiento de Córdoba pedía un minuto de silencio por los muertos en el bombardeo, gesto al que se sumaron PSOE, IU y Podemos. Y esto es el contexto.

Al poco de los atentados se extendieron los simbolitos, las velitas y las canciones. Tuits taciturnos, poesía de saldo para cerrar heridas, todos somos noséquién, y el manifiesto comunista en modo la, la, la. Bien está, tal vez. El duelo rompe la rutina, y cuando rompemos la rutina hacemos cosas raras. Lo interesante es que sólo nuestros bombardeos desatan la ira progresista. Y la ira no atiende a razones. Poco importa que esa guerra civil lleve ya cuatro años de muertos civiles, poco importa que Francia llevara meses paseando sus Rafales por Siria mandando regalitos a los terroristas, poco importa que el yihadismo lleve enviándonos visitas desde el auge expansionista del Imperio Otomano o que el suelo que pisamos se llamara antaño Al-Andalus, (todo bastante anterior al trío de las Azores, en el que tampoco andaba Francia, por cierto), poco importa que nuestras bajas sean civiles y las suyas terroristas: la principal consecuencia (negativa) de los atentados yihadistas es nuestra reacción. Cuando mueren los nuestros, Imagine de John Lennon. Cuando mueren los suyos, cuchillos largos. Y este es el texto.

«Hay quien no tiene más remedio que inmolarse», dijo otro podemita argentino -estos son mis preferidos-. «La culpa del 11M fue de Aznar por la foto de las Azores», dijo una que ya no se sabe ni lo que es. Afirmaciones todas que gozan del indiferente consenso de la masa, educada en un ambiente en que contradecirlas te convierte en asesino, genocida o peor aún, pepero. Cuando nos manifestamos contra un atentado, nunca focalizamos al enemigo, sino que lo diluimos en símbolos abstractos. Sin embargo, cuando nos manifestamos contra la guerra, entonces sí, el malo es Aznar, el malo es Hollande, el malo es Merkel, el malo es Bush. De lo cual se deduce que si la culpa de los atentados la tienen nuestros gobiernos, entonces habrá que votar a políticos que no provoquen la ira de los asesinos.  Así se llega a la paz, contentando a los islamistas, que no han tenido más remedio (pobriños) que ir a una sala de conciertos y matar a todo el que se puso a tiro. Que la culpa es nuestra por no estar a buenas con señores que imponen su religión a cuchillo. Votémosles, pues, y tengamos de gobernantes a señores que lapidan a las mujeres por el delito de haber sido violadas fuera del matrimonio. Que para acabar con los atentados hay que acabar con el pepé, no con los yihadistas. Sólo así podremos por fin vivir en paz, y los terroristas se convertirán por arte de magia al cosmopolitismo, a las mujeres barbudas ganando en Eurovisión, a los posters de Gemeliers y a que no les espoileen Juego de Tronos. Y aunque estoy seguro de que sus emisores nunca te lo dirán tan claro, ese es el subtexto.

Pero ¿saben qué? Cuando te declaran la guerra, no tiene sentido debatir si vas o no a la guerra: ya estás en guerra. Qué menos que presentarte.

EL ÚLTIMO VUELO DE ANDREAS LUBITZ

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Un amigo decía que sólo se conoce a alguien razonablemente bien una vez leído su testamento. Que un niño no es más que un universo de posibilidades que se van descartando a medida que pasa el tiempo hasta que ya no queda ninguna. Otro amigo me dice que maduramos cuando confirmamos sin conflicto que nuestras propias sospechas sobre nosotros mismos eran ciertas. Este último amigo es argentino, así que podemos simplificar su frase en que maduramos cuando aceptamos nuestras limitaciones. Gran verdad. Hay mucho alivio en aceptar nuestras limitaciones, la barrera que separa nuestros logros de la meta que nos habíamos marcado. Termina el conflicto, llega la calma. Es sabido que el fugitivo recién capturado puede al fin conciliar el sueño. A la incertidumbre la sustituye la serenidad de conocer el desenlace.

Andreas Lubitz era ese fugitivo, el más agitado de todos porque no huía de nadie sino de sí mismo. Acorralado por la dura realidad de sus limitaciones, se había quedado sin lugares en los que esconderse. Los compañeros de Lubitz se burlaban de él por no estar a la altura. Si esa era la tónica en su vida social, puedo imaginar por qué su verdadera pasión era practicar el vuelo sin motor, lejos de cualquier lugar en el que sus limitaciones importaran algo. Siempre está ahí, el miedo a los otros. Un miedo más que razonable, pero es un error muy común matar al mensajero y culpar a los otros de nuestras limitaciones. Ellos sólo las señalan, y todo depende de cómo las gestionemos.

Por eso al final de cada vuelo sin motor llegaba el fatídico momento de volver a tierra. A ocultar las bajas psicológicas, a ocultar la medicación en los análisis de la compañía aérea, a ocultar los problemas derivados de jugar arbitrariamente con ese tipo de medicamentos, a ocultar los problemas de visión -probablemente relacionados- que no se podían solucionar con una simple cirugía. Andreas Lubitz quería ser piloto, pero no podía serlo. Esa es la verdad de la que huía. Como una bestia acorralada, al final mostró los colmillos. La realidad llegaba al buzón, él la destrozaba. La realidad llegaba a su relación sentimental, él compraba un Audi. No, mejor, dos. Probablemente en ese punto sabía ya cómo iba a acabar todo. Sin despedidas, sin explicaciones. Andreas Lubitz había atrapado al fin a Andreas Lubitz, y llegó la calma, esa respiración normal de la que hablan los que analizaron las cintas, en un último último vuelo sin motor ni vuelta a tierra, y que se llevaría por delante a quien él creía su enemigo: los otros.

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QUIEN PAGA, MANDA

Venezuela se va a pique. El régimen chavista no tanto. De Chávez nunca sabremos, pero de Maduro nadie sospecha que vaya a ser de esos capitanes que se quedan en el barco para que se lo traguen los océanos, sellando su destino al de su gestión de la tempestad. La identificación patria/líder sólo vale para los logros y las medallas, pero todos sabemos que eso es sólo un chándal que uno se quita y se pone, y si el Nicolás maduro tuviera que huir a su Colombia natal cruzando a pata la frontera, os aseguro que no lo haría disfrazado con los vivos colores del pabellón venezolano.

Por supuesto que no estoy descubriendo el Pacífico. Es más, la inevitable situación de Venezuela se veía venir de lejos, y la única diferencia actual con los clamores pretéritos es que el futuro ya ha llegado. Hipotecados a China los recursos, y despilfarrados hace tiempo en políticas sociales (a falta de apelativo más certero), el dinero de los demás se ha acabado. Que es cuando los socialistas empiezan a decir que «esto no es socialismo», y que es, precisamente, cuando los que no somos socialistas sabemos que empieza el socialismo. El socialismo real YA. Los últimos manotazos del régimen han sido, por supuesto, prohibir que se hagan fotografías a los anaqueles vacíos de los supermercados, y autorizar al ejército a sofocar las protestas con fuerza letal. Falta comida, faltan medicamentos, falta papel. Ya no queda nada por expropiar salvo las vidas de los que gritan.

Hay que distinguir entre Venezuela y el chavismo. No son la misma cosa, del mismo modo que Franco no era España ni Arturo es Cataluña. Por eso he de decir que Venezuela entra en barrena pero el chavismo no. Previsor, el ejército de asesores y técnicos del chavismo sabía que la fiesta tenía que terminar, como de hecho ha ocurrido. El chavismo ya no es triunfal, y Maduro no puede pasearse por Caracas expropiando a diestro y siniestro en riguroso directo sin peligro de que algún valiente le susurre «Mi comandante, eso ya se expropió». De aquellos dislates sólo queda una mueca congelada, la sonrisa sin gato que decía Pedro Jota. La nación sin personas. Es el momento de actuar, de poner en práctica el plan P. Y es que el dinero de Venezuela se ha terminado, pero el de Europa no, y el chavismo depende de él.

De entre ese ejército de asesores ¿asesorados? destacó un grupo de universitarios españoles que llevan una década esperando el momento en que les dieran luz verde a un plan audaz como todo plan que sale bien. Una cuadrilla que, educada en la cheka complutense de Somosaguas, se sabe al dedillo la perorata comunista, su target habitual, sus fórmulas y por supuesto, sus resultados. Y como religión, (cada vez veo más clara la tesis de Escohotado del socialismo como herejía laica del cristianismo), se basa en la fe ciega más allá de los resultados, en el apego al mensaje y la liturgia más que a los supuestos beneficiados. De ahí el cinismo pasmoso de los nuevos profetas al decir que «en España las cosas ya no pueden ir peor». Por supuesto que pueden ir peor, y ellos lo saben de primera mano: sólo tienen que ver el resultado de sus asesorías venezolanas, pagadas de golpe, casualidad de casualidades, semanas antes de fundar Podemos, ese partido que no es un partido, que es comunista pero no lo es, e inspirado por el chavismo para seguir el modelo…sueco.

¿A quién hacía más falta Podemos, a España o al chavismo?¿Qué economía se va a pique, la española o la venezolana?¿Quién paga esta cosa morada que viene a completar la bandera rojigualda?¿Quén esta cosa chulesca que amenaza e interroga a la prensa, en vez del obligado viceversa?¿Quién se ha eyectado del caza venezolano dejándolo caer, agotados sus recursos, expropiadas sus alas y malvendido su motor, en espera de que llegue el coleta a rescatarlo in extremis con otro avión al que, sin estar en sus mejores horas, le queda bastante más autonomía de vuelo y muchas piezas aún por expropiar?

En las novelas detectivescas, cuando el protagonista se queda sin pistas y no hay dinero ni móvil para el crimen, se recurre a la máxima de buscar a la mujer para encontrar al culpable. Cherchez la femme, se llama. En el caso podemita, no es necesario el cherchez la femme, a pesar de que se ha buscado y encontrado a la dama, y huele a podrido a quince kilómetros. Y no hacía falta porque tenemos la pasta, tenemos al sicario, tenemos al cliente y tenemos el móvil.

Quien paga manda. O como dice el refrán anglosajón, «who pays the piper calls the tune». Quien paga al gaitero elige la canción.

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LECCIONES DE VIDA

Nunca he sido amigo de dejar ganar a los niños para evitarles el disgusto. Soy así de malo, y oculto una sonrisa socarrona cuando veo a un padre ejerciendo de ángel de la guarda 24/7 de su pequeño, no se vaya a dar un golpe, no se vaya a tropezar, no vaya a hacerse daño. Porque cuando llega el inevitable golpe y la consiguiente llantina con chichón, hay que consolar al nene dando azotitos al suelo, al juguete, al pico de la mesa. Ah, ah, ah, malo, suelo. Mala, mesa. Mala.

Eso ha pasado hoy en Grecia, y terminará pasando aquí. El nene anduvo décadas estafando y gastando lo que no tenía, y cuando se acabó la pasta, la culpa es de quien proveyó el disparate. Ah, ah, ah, mala, Troika. Mala, Merkel. Mala. Y es que a un niño no se le puede explicar que el golpe te lo has llevado porque eres pequeño y torpe, chaval, porque te falta experiencia y no llevaste cuidado. Si le explicas eso a un niño pequeño, se pierde, se aburre, se agobia. No entiende. Como tampoco se lo puedes explicar a una masa educada en la eterna protección de papá Estado, que cada viernes te suelta tu paguita independientemente de tus notas, de tus comportamientos o de tus actitudes.

Cuando veo al progenitor dando golpecitos a la mesa, -mala, mesa, mala-, entiendo que te está enseñando que la culpa de tus errores, de tu impericia, de tu imprevisión, no la tienes tú, sino la realidad encarnada en mesa, en suelo, en esquina, en esa parte dura del sofá que tiende a hacer acto de presencia cuando el niño ha pasado de tropezar con un bordillo a dar saltos de cabra de mueble en mueble, mientras su progenitor, en lugar de gastar tiempo y energía tratando de evitar lo inevitable, o de quedar como un mal padre dando una voz al nene para que deje de hacer el bruto, ha entendido que es mucho más fácil echar la culpa al sofá. Pero llegará un día en que golpear al sofá no será suficiente, y habrá que buscar culpables más satisfactorios a los que dar azotitos un poquito más fuertes. De ahí mi sonrisa socarrona. Malo, papá, malo. Ah, ah, ah. Malo.

TSIPRAS PIDE MAYORÍA ABSOLUTA PARA LAS ELECCIONES DEL DOMINGO EN GRECIA

ENTENDIENDO A PODEMOS

Algunos recibimos con inquietud la habilidad con que Podemos está rentabilizando sus táctica de comunicación. Eso no quiere decir que creamos que el Tuerka y su troupe salgan de la nada. En un universo de causas y consecuencias, un curita laico con verbo de máquina de tabaco no iba a ser una excepción. Es más, no sólo no sale de la nada, sino que es consecuencia inevitable de una serie de causas. La primera, la más manida aunque no por ello menos fundamentada, es la corrupción generalizada. La segunda es la crisis. Pero hay una tercera, la más importante. Se habla menos de ella, precisamente porque es una causa aún más ambiental y de mayor recorrido que las otras, y por tanto, menos visible a simple vista. El discurso de Podemos es la consecuencia lógica, natural e inevitable del paternalismo estatal creciente que habitamos disfrazado bajo los nombres de «socialdemocracia» o «estado del bienestar».

A la manera del colono en plena conquista del Oeste, el político del bienestar necesita ampliar sus campos de actividad para superar al candidato contrario. Y para ello, explotará sin disimulo el discurso de «lo público». Qué buenos son los políticos que nos proporcionan tranvías que nadie pidió, tranvías que vienen a hacer la competencia a transportes públicos con los que ningún empresario privado podría competir, pues el presupuesto público es sinónimo de gratuito, además de infinito. A cambio de casi nada, (apenas la mitad de nuestro trabajo), la clase política vive de vendernos la sanidad gratuita, la enseñanza gratuita, la cultura gratuita, el transporte gratuito, la información gratuita, el entretenimiento gratuito, el subsidio gratuito. Ninguna pérdida es importante cuando se trata de ofrecer servicios fundamentales a los ciudadanos, aunque sean servicios que podrían explotar con mayor eficacia sectores privados a un coste mucho menor.

Al mismo tiempo, el ciudadano socialdemócrata ve con malos ojos que le suban los impuestos, pero siempre sin olvidar que alguien tiene que pagar tanto servicio gratuito. ¿Sobre quién recaerá esa responsabilidad, pues? Evidentemente, sobre los sectores productivos, y más encarnizadamente cuanto más productivos. Es lo que llamamos «que pague más el que más tiene», y que se traduce en hacerle a nuestros jefes lo que no queremos que nos hagan a nosotros: arruinarlos. Por tanto, el político tiene que ocultar, por impopular, toda rebaja de impuestos al sector que lo paga todo, y que es el sector empresarial privado. Y lo que, aunque legal, se hace de tapadillo, con el tiempo se convierte en inmoral. En una sociedad que santifica todo aquello que sea bendecido con el apellido «sin ánimo de lucro», la consigna es depredar el tejido empresarial, y así lo enseña, sin el menor disimulo ya, el personal de la enseñanza gratuita.

Cuando el público reclama que paguen «los ricos», en realidad está pidiendo a gritos que estos desaparezcan, y por consiguiente, que sea el Estado quien proporcione el trabajo. Ya nadie quiere ser rico: preferimos que los demás dejen de serlo. ¿Cómo no va a triunfar el discurso de Pablemos?¿Quién puede competir con un comerciante cuyo producto es gratuito? En realidad, el Tuerka es la versión no adulterada del producto que exigimos a nuestros políticos, y como todos sabemos, el público tiende a rechazar imitaciones, quedándose con el producto original. Intrépido lector, no pongas tus barbas a remojar. Más bien, déjate una buena coleta. Es lo que van a hacer los políticos europeos de izquierda, centro y derecha más pronto que tarde.

SPAIN-EU-PODEMOS

ERNESTO SABATO

Y tú. Aparicio Sosa, que nunca intentaste entender nada, porque simplemente te limitaste a serme fiel, a creer sin razones en lo que yo dijera o hiciese, tú. que me cuidaste desde que fui un cadete mocoso y arrogante: tú, el callado sargento Aparicio Sosa, el negro Sosa, el picado de viruelas Sosa, el que me salvó en Cancha Rayada, el que nada tiene fuera del amor a este pobre general derrotado, fuera de esta bárbara y desgraciada patria querría que pensaran en ti.
«Quiero decir…»
(Los fugitivos han colocado ahora el bulto con los hue­sos en la petaca de cuero del general, y la petaca sobre el tordillo de pelea. Pero vacilan con el tachito hasta que Danel lo entrega a Aparicio Sosa, el más desamparado por la muer­te de su jefe.)
«Sí, compañeros, al sargento Sosa. Porque es como decir a esta tierra, esta tierra bárbara, regada con la sangre de tantos argentinos. Esta quebrada por la que veinticinco años atrás subió Belgrano con sus soldaditos improvisa­dos, generalito improvisado, frágil como una niña, con la sola fuerza de su ánimo y de su terror, teniendo que enfren­tar las fuerzas aguerridas de España por una patria que todavía no sabíamos claramente qué era, que todavía hoy no sabemos qué es, hasta dónde se extiende, a quién perte­nece de verdad: si a Rosas, si a nosotros, si a todos juntos o a nadie. Sí, sargento Sosa: sos esta tierra, esta quebrada milenaria, esta soledad americana, esta desesperación anó­nima que nos atormenta en medio de este caos, en esta lucha entre hermanos.»
(Pedernera da orden de montar. Ya se oyen peligrosa­mente cerca los disparos en la retaguardia, se ha perdido demasiado tiempo. Y dice a sus compañeros «Si tenemos suerte, en cuatro días alcanzamos la frontera». Eso es, trein­ta y cinco leguas que pueden cubrirse en cuatro días de desesperado galope. «Si Dios nos acompaña», agrega. Y los fugitivos desaparecen en medio del polvo, bajo el sol intenso de la quebrada, mientras detrás otros camaradas mueren por ellos.)

Sobre héroes y tumbas, ERNESTO SABATO (1911-2010)


Hoy ha muerto con 99 años un hombre que nació sabio y murió sabio, que nació solo y murió solo. Cuando yo mismo muera, sus dos obras El Túnel y Sobre Héroes y Tumbas seguirán siendo dos de los libros más majestuosos que jamás habré leído. Sobre Héroes y Tumbas y El Túnel son  lecturas devastadoras porque verdaderamente devastan la memoria literaria del lector de tal modo que nos hacen sentir como la primera vez que terminamos de leer esa primera gran novela con la que iniciamos nuestras particulares andaduras por el océano de los sueños compartidos, que nos hacen sentir que no habíamos leído nada importante con anterioridad, que ese ejemplar que sujetábamos nos había estado esperando pacientemente desde el momento mismo de su impresión, que hasta habernos sumergido en ellos y cerrarlos tras leer su última página, habíamos permanecido vírgenes de lecturas.

Gracias, Ernesto Sabato, hasta siempre, Ernesto Sabato.