LA VIEJA RENCOROSA

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Izquierda es no saber perder. Noventa años después de ser aniquilada en una guerra que alentó como el que más, aún sigue llorando por las esquinas satanizando a quien recogió el guante en inferioridad de condiciones y les ganó la partida a la cara. No debería extrañarnos, ya sabemos que no hay peor derrota que aquella que das por ganada de antemano. ¿Cuántas vidas se habrán visto irremediablemente lastradas por una derrota de la que nunca pudieron recuperarse?

Lo que llama la atención es que la izquierda, siendo una pésima perdedora, es aún peor cuando gana. Nadie como la izquierda para comportarse como oposición, especialmente cuando gobierna. Cuarenta y un años después de muerto Franco, y gozando de todas las libertades que este le negó, sigue la vieja rencorosa despertando empapada de sudor frío en mitad de la noche, odiando y temiendo aún, entre temblores, a aquel general que no le permitió cometer su propio genocidio, el genocidio bueno.

La memoria es el alma. El rencor te susurra al oído haciéndose pasar por un amigo que alienta la memoria, pero en realidad la deforma a su gusto, aniquila la autocrítica, amplifica el odio hasta niveles insoportables y acaba pudriéndote el alma hasta convertirte en la peor de tus versiones. La vieja rencorosa nunca vencerá a su enemigo porque el enemigo sólo vive en ella y en nadie más. Intenta matarlo una y otra vez, pero es imposible porque murió hace décadas. Quiere borrarlo del pasado, pero lo único que consigue es revivir a su viejo enemigo. Y nunca es suficiente, porque ella sabe que esa victoria es una parodia, una caricatura que sólo deja en evidencia lo patético del intento. Cuando vives así, todo son derrotas. Lo intentará de nuevo.

Manuela Carmena, en su lucha contra la derecha, ha mandado retirar las placas que conmemoran a José Calvo Sotelo, líder de la oposición conservadora secuestrado en su casa y asesinado por el PSOE días antes de que estallara la contienda. Es lo más parecido a levantar un cadáver para volver a ejecutarlo. La vieja rencorosa nunca se detiene porque nunca tiene suficiente.

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