11-M EL TESTIGO LAVANDERA

lavanperro

Año 2001. Una noche tranquila en el club Horóscopo, un prostíbulo de Gijón. El portero se llama Francisco José Lavandera. Es un tipo peculiar, éste Lavandera. Muchos años antes, Lavandera había sido minero y trabajado en la construcción. Un día se enroló en el ejército, y llegó a ser soldado de un cuerpo de élite. Después se pasó al sector privado, y participó como mercenario en varias guerras africanas. Lavandera es un tipo duro que ha visto de todo. Cuando volvió a España, se dedicó a la seguridad. Y así dio con sus huesos en el Horóscopo. Un trabajo sencillo para un hombre como él.

El Horóscopo servía, como tantos otros, de punto de encuentro y esparcimiento para diferentes personajes de la noche Gijonesa: clientes anónimos, traficantes, proxenetas, confidentes, policías corruptos… El local contaba con el favor de algún mando policial. Si iba a haber redada, se avisaba al club para que retirara la droga y las chicas menores de edad.

Una de aquellas menores se llamaba Elisángela Barbosa Guimaraes, era brasileña y era explotada sexualmente en el local. Lavandera se enamoró de ella y la llevó a vivir con él. Se querían. Ella continuó trabajando en el local, pero en condición de bailarina y auxiliar del local. No volvió a ejercer la prostitución. Se casaron e iniciaron una vida, y pronto tuvieron un hijo. Lavandera ya tenía otros dos de una relación anterior.

A Lavandera le gustaba cuidar animales. Criaba una pitón amarilla con la que Elisángela bailaba, emulando el número de Abierto hasta el Amanecer. También recogía animales del bosque, crías abandonadas o extraviadas. Las llevaba a una parcela que tenía en el campo, y allí las rehabilitaba. Su proyecto era hacer una especie de zoológico para los niños de la zona.

Aquella noche tranquila de julio de 2001 lo cambió todo. Se dejó caer por el Horóscopo un conocido de la parroquia, un traficante local llamado Antonio Toro. Un tipo frío, como Lavandera. Ningún camorrista. Como era una noche tranquila, Toro invitó a Lavandera a una copa. Y sin muchos rodeos, pasó a la cuestión. Toro tenía a su disposición gran cantidad de dinamita para vender, y preguntó a Lavandera si conocía a alguien a quien le pudieran interesar. Lavandera no hizo mucho caso, bromeó incluso. No se tomó muy en serio la proposición de Toro. Y ahí quedó la cosa. Toro se fue, y Lavandera continuó con su vida, ajeno a lo que se le había venido encima.

Una semana después, Lavandera conducía su coche cuando Toro le adelantó. Se saludaron y pararon. Toro abrió el maletero de su coche. En él había cincuenta kilos de dinamita. Una vez se cercioró de que Lavandera le tomaba en serio, pasó a hacerle una proposición. “Tenemos que colocar 1000 kilos de éstos a la semana. Éstos son, precisamente, para ETA. Necesitamos a alguien de confianza que les lleve las mercancías a Francia. Hay mucha pasta. Además, ETA me ha pedido más cosas. Pagarán lo que sea por que alguien les enseñe a hacer bombas con teléfonos móviles. También necesitan un asesino a sueldo para encargarse de alguien. Ah, y con la policía estamos cubiertos. Te puedes forrar. ¿Estás con nosotros?”

Lavandera contestó con evasivas. Prometió pensarlo, se despidió de Toro y se dirigió directamente a la comisaría de Gijón. El agente encargado de las denuncias, y después sus superiores, le tomaron declaración. Después le ofrecieron la posibilidad de poner una denuncia, a lo que Lavandera se negó por miedo a las represalias. Le pareció que aquellos policías no le tomaban muy en serio.

Unos días después, Lavandera cubre su puesto como portero del Horóscopo, cuando un electricista del local le dice que cómo se le ocurre chivarse a la policía. ¿Cómo? Pregunta Lavandera, y el electricista le cuenta. Al parecer, había estado el fin de semana de cena con varios personajes poco recomendables, uno de los cuales era inspector de policía en Gijón. Y éste había puesto al corriente de los otros comensales el chivatazo de Lavandera. La policía le había vendido.

Poco después le abordaron dos policías nacionales, y le amenazaron: “Si relacionas a Toro con ETA otra vez, te cortamos el cuello”.

Lavandera, ya intimidado, volvió a recibir una visita al poco. Ésta vez se trataba del cuñado de Antonio Toro, su principal compinche: José Emilio Suárez Trashorras. Se dejó caer por el Horóscopo, y volvió a proponer a Lavandera participar en los tratos con ETA. “Tengo que deshacerme de cuatrocientos kilos de Goma 2 urgentemente.” Lavandera, que no estaba por la labor, y después de meditarlo, llamó de vuelta a Trashorras para hacerse el interesado y acto seguido llamó a la Guardia Civil. El Agente Campillo se hizo cargo personalmente y, provisto de una grabadora oculta, tomó declaración a Lavandera en la casa de éste.

Campillo decidió dar parte a su superior, Pedro Marful. La Guardia Civil quedó al corriente de las actividades de Toro, y se puso en marcha una operación que no prosperó. Y la cinta que Campillo grabó a Lavandera quedó olvidada en un cajón.

Meses después del atentado del  11-M de 2004, la cinta volvió a la luz. Un traslado de dependencias de la guardia civil la sacó a flote por casualidad. Lavandera fue requerido por el Juez del Olmo, que instruía el caso, y tras tomarle declaración le concedió la calidad de testigo protegido. Pasó a ser custodiado por la policía, lejos de su ambiente. Mediáticamente vapuleado por los defensores de la versión oficial, tuvo que ser testigo de todo tipo de calumnias hacia su persona sin posibilidad de defenderse.

No sabemos a qué presiones fue sometida la chica, separada temporalmente de su marido. Sólo sabemos que un día, ella avisó a amigas, y a Lavandera, de su intención de suicidarse. “Cuida del niño”, le escribió. Y se fue al mar, a nadar, como era su costumbre. Hasta allí fueron sus amigas, y la encontraron alejándose entre las olas. Llamaron a la policía, y hasta cuatro agentes se presentaron allí. Tras una hora de indolencia, pues los agentes, por todo servicio, pidieron a un surfista que pasaba por allí que convenciera a la chica para que volviera a la orilla, y después llegaron a acodarse en la barandilla de espaldas al mar, la chica desapareció en el agua, y murió, ante la indiferencia de los agentes presentes.

Lavandera, bloqueado económicamente, y bajo custodia policial hasta que testificara en el juicio, no pudo siquiera personarse en el funeral de su mujer. Los agentes asignados a la vigilancia del testigo tuvieron que poner dinero para que Francisco Javier Lavandera pudiera enviar un ramo de flores.

El juez del Olmo ofreció a Lavandera, después de que su declaración fuera ninguneada por los medios oficialistas y los promotores de éstos, una identidad falsa y un trabajo como guardia de seguridad en el aeropuerto de Bilbao, ¡cuando sus informaciones implicaban a ETA! Lavandera rechazó el trato y desconfiando de las autoridades, se agenció una pistola deportiva. Ante ésta actitud, le fue retirado el estatus de testigo protegido, y Lavandera se fue a su casa para dedicarse a sus tres hijos. A esas alturas, la sociedad rechazaba su compañía. Lavandera tenía problemas incluso para matricular a sus hijos, pues ningún colegio quería acogerlos.

 Semanas después recibió un sobre sin remitente. En su interior, las fotos de la autopsia de su mujer. Y una frase: “Para que te acuerdes de tu mujer”.

Lavandera planeaba denunciar a la policía por las negligencias en torno a la muerte de Elisángela. Pero tuvo que desistir, pues no tenía dinero para pagar a un abogado, y todo su entorno le recomendaba dejarlo estar.

Sin embargo, poco antes de que expirara el plazo para denunciar, alguien colocó una bomba en su coche. Sólo su cautela lo salvó. La policía le dijo que la bomba estaba preparada para no estallar, pero Lavandera lo duda. Además, no le fue posible examinar el artefacto, y los policías no guardaron suficiente documentación del artefacto, quitándole importancia. Sin embargo, las amenazas telefónicas se sucedieron, y llegó a aparecer un charco de sangre en su portal.

Tiempo después, antes del juicio del 11-M, alguien seguía interesado en que Lavandera no testificara en él. Un día, dirigiéndose a la finca donde tenía a sus animales, le sorprendió un pistolero. Un profesional. Disparó repetidas veces contra el coche que conducía Lavandera, que se agachó y giró el vehículo marcha atrás. Disparó de vuelta ahuyentando al pistolero. Una de las balas que el desconocido disparó quedó alojada en el volante del coche de Lavandera.

Otro día encontró muertos a sus animales. Su perro, un muflón, un cervatillo, dos jabalíes, habían sido exterminados lentamente, colgados y muertos a balazos y golpes.

Como apunta José María de Pablo, fue un verdadero milagro que Francisco Javier Lavandera llegara vivo a declarar. Poco antes publicó un libro en el que contaba sus memorias. El ejército, África, el Horóscopo, la trama asturiana. “Quiero contarlo todo antes de que me maten”, declaró.

Finalmente, el juez Bermúdez no tuvo especialmente en cuenta su testimonio, salvo para incriminar a Trashorras, que hoy cumple condena por proporcionar los explosivos de los trenes. En lo referente a ETA, el juez no hizo nada, y consideró a Lavandera como testigo poco fiable.

Tal vez sólo por el poco caso que le hicieron, Lavandera sigue vivo. A pesar de sus esfuerzos cívicos, y a pesar de haber informado ya en 2001 a la Guardia Civil de que ETA andaba buscando aprender a hacer bombas con teléfonos móviles, España le dio la espalda, y sigue haciéndolo a día de hoy.

lavanplaya

6 respuestas a “11-M EL TESTIGO LAVANDERA

  1. pepe agosto 15, 2009 / 6:58 pm

    y tu como sabes todo eso? suena creible, la verdad.

  2. monolocus noviembre 7, 2009 / 5:29 pm

    Mi trabajo me ha costado ordenar los hechos.

    • Monolocus febrero 13, 2011 / 7:35 pm

      Bueno, los hechos y los testimonios, que no es la misma cosa

    • juliana julio 25, 2015 / 11:08 pm

      Pelo Amor de DEUS ! como pode dizer isso ? seu trabalho e ser o que ? um mentiroso ?! toma vergonha seu (sua) vagabundo (a) dizer falsos testemunhos de uma mulher incrivel .

  3. gallego febrero 28, 2012 / 1:05 pm

    Los heróicos policías gallegos de Orzán, de otra pasta…….

  4. gallego febrero 28, 2012 / 1:06 pm

    Respecto a los que dejaron morir a Lorena en la playa de San Lorenzo, Gijón

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