LA «SOLUCIÓN» DE ZAPATERO

El aborto es la inducción de la muerte. Aún cuando está despenalizado, acogiéndose a alguno de los supuestos que la ley actual establece, sigue siendo lo mismo. La inducción de la muerte.

Se aborta por muchos motivos. Por necesidad (puedo morir si lo tengo), por conveniencia (no tengo recursos, no esperaba éste bebé, incluso es fruto de una violación), por normalidad (malformaciones del feto), por miedo, etcétera. La ley actual despenaliza el aborto en tres supuestos. El consenso social, pues, otorga legitimidad legal a la despenalización del aborto en el marco de esos tres supuestos. No entraré a discutirlos, sino a remarcar los términos. Despenalización. Aborto. Legitimidad legal.

La nueva ley quiere ampliar esos supuestos, y además, autorizar a adolescentes de 16 años para abortar sin el conocimiento siquiera de sus padres. De la misma manera, no voy a entrar a discutir el contenido de la ampliación. Que respetaría a regañadientes si tuviera un consenso social que no tiene.

La actual ley del aborto fue una ley demandada por el pueblo. Discutida. Y al final, aceptada en unos términos fruto de la confrontación de ideas y principios de todas las partes.

En cambio, ésta nueva reforma no responde a ningún clamor popular, sino a un rotundo fracaso de la política de educación sexual de éste gobierno. Zapatero ha disparado los embarazos en menores españoles, y también ha disparado el contagio de SIDA y otras enfermedades entre menores españoles. Éste fracaso ha precipitado la presentación de la reforma a la ley del aborto, disfrazada de alegría y de derechos humanos.

Así, cuando se anunció la reforma, salió Zerolo con su escalofriante sonrisa al Paseo del Prado a bordo de una carroza con globitos, ante la estupefacción de los pocos transeúntes que tenían tiempo de girar la cabeza para ver a Zerolo y su extraña comitiva de payasos y malabaristas, celebrando la noticia como «un paso agigantado hacia la igualdad de la mujer». El cuadro, siniestro. Sorprendente no. Pero siniestro.

Y entonces me entra el miedo. ¿No estarán éstos díscolos socialistas desplazando el baremo de lo ético en favor de lo meramente legal? La propia ministra afirmó que el aborto es un derecho. Y el aborto no es ningún derecho. Hay ciertos supuestos que descargan legalmente a la gestante y al médico. Pero, como ya dije antes, el hecho es el mismo. La administración de la muerte. Pero el aborto no es un derecho.

Hace poco escuché una conversación en la que se afirmaba que el aborto es legal. Y no es así. El aborto no es legal. Está despenalizado en ciertas circunstancias. Pero no es legal. El aborto es ilegal. Y mucho menos, un derecho. ¿Cómo va a ser un derecho? ¿Un derecho de quién?

Y por supuesto, nunca es motivo de alegría. O de celebración.

Pongamos un ejemplo. El homicidio es ilegal. Es verdad, hay ciertos supuestos que despenalizan un homicidio. La defensa propia, por ejemplo. Pero eso no nos habilita para decir que el homicidio sea legal, o un derecho. Habría que ser muy zote, muy irresponsable, para afirmar algo así. ¡Y menos aún para festejarlo! 

Imaginemos, exagerando y no equiparando, que se anuncia un proyecto de reforma que suprime la celebración de todo juicio celebrado por un homicidio en defensa propia. Sí, ya sé que lo del aborto es un cambio más sutil con respecto a la ley actual. Pero, ¿Se imaginan a algún político digno de ésa profesión de carrozas por Madrid, con globitos y pasacalles, alegría-alegría, porque se da un paso agigantado hacia los derechos humanos? ¿Serpentina y confeti? Por supuesto que no. Aún en tan disparatado extremo, sería una ley para tratar tragedias. Y las tragedias no deberían ir con confeti. Si sacas el matasuegras por tan siniestro motivo escandalizas a tus contrarios, corrompes a tus afines, confundes a los desinformados. Haciéndoles dar por sentado que el aborto es un ejercicio de libertad y de alegría, puedes hacer correr varios metros el baremo de lo que está bien y de lo que está mal. Si es legal, entonces es bueno, un derecho que celebrar, incluso, con un fiestón. Sube la música, coleguita.

Pero no es así. Aunque sea legal algún supuesto. Aunque se despenalizara completamente, seguiría siendo lo mismo, el mismo acto, al final: la muerte de un ser humano, por circunstancias ajenas a sus derechos. El hecho de que sea legal no mejora el resultado final. No lo hace festejable.

Aunque se ampliara la ley del aborto hasta los niños de tres años, o de quince años, el hecho de que fuera legal no lo haría festejable, mucho menos justificable, más allá de la legalidad. Y más allá de la legalidad hay mucho. La legalidad es al ciudadano lo que las uñas al cuerpo humano. Aunque un gobierno quiera negarlo. Aunque mañana se despenalizara el asesinato por envidia, eso no lo convertiría en algo bueno. De tal manera, legal no es igual a bueno. Y puede ser todo lo contrario.

Claro, házselo entender a un presidente que llama «accidentes» a los homicidios por rivalidad política.

Pero repito, disfrazada de ideología, ésta reforma es un tapón a las vergüenzas de la ineficacia social de Zapatero, que siembra el SIDA y la tragedia con su «no pasa nada» al poco y mal instruido jovenzuelo español medio. Y además, si la anterior ley provocó una confrontación que llevó al consenso, fortaleciendo a González, ésta es una reforma de aritmética electoral, de sudokus y tetris. Causará confrontación en la calle. Las voces más contundentes en contra de la reforma han salido de las filas del propio PSOE. Y ésta ley erosionará al gobierno, que ha tenido que inventar un modelo autonómico que favorece a sus socios electorales, pero que no responde a ningún clamor popular. Para gobernar a muchos, necesita a muy pocos y muy poco solidarios. Pero suficientes. Esos pocos votos, de grupos que buscan a la larga un asunto muy lejano al aborto, la escisión de España, deciden sobre la vida y la muerte de millones de seres humanos que aún no han nacido.

Pero el clamor popular, del que repito adolece ésta reforma, tampoco da legitimidad ética a ninguna ley. Recordamos la alemania nazi, donde al exterminio consensuado tácitamente por la sociedad, se le ponían nombres bien aceptables a cosas que no lo eran tanto.

Así, una deportación masiva era administrativamente una «reubicación», un exterminio era  una «desinfección», y el genocidio, una «solución».

Y así, el aborto es, según la nomenklatura de Zapatero, un «IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo)». Ya se populariza la expresión «ha tenido un IVE», como si un embarazo fuera un resfriado.

Imaginamos a los organismos internacionales recibiendo documentación de la alemania nazi. Sobre el papel, un exterminio sólo era una «desinfección». Han sido desalojados unos barracones para desinfectar. Casi huele a limpio, el documento, si bien presentado. Pero ése papel es una broma macabra, y un mecanismo de manipulación de masas.

Vuelvo al ejemplo dado anteriormente, imaginando que se propusiera la supresión de todo juicio por homicidio en defensa propia. Brutal, ¿no? Si teme por su vida o cree que su vida puede deteriorarse por una posible agresión, mate usted al agresor o posible agresor y váyase a casa. No llame ni a la policía, o llámela usted, si quiere, pero a posteriori. No se corte. Usted duerma tranquilo, que esto no sólo es legal, sino que además es bueno. Es su derecho, ciudadano.Y si luego de haber dormido, quiere usted llamar a la policía, es usted libre. La policía no tiene autoridad en éstos casos, y no toleraremos sus interferencias.

Con semejante discurso, se confundiría a la gente, y se daría pávulo a que muchos administraran su personaly particular «defensa propia», haciéndola extensiva a cualquier atisbo de amenaza, disparando el número de víctimas de homicidio legal por defensa propia. Celebrando con carrozas y confeti el homicidio en defensa propia, lo desestigmatizas de su verdadero peso real: la muerte de un ser humano.

Y ésto es lo que propone Zapatero en cuanto a aborto. Ya la propia palabra «aborto» es un eufemismo, o lo fue en su momento. Y es la responsabilidad de los ciudadanos, abortistas o no, la que ha conferido a la palabra «aborto» las connotaciones negativas que toda muerte de un ser humano, despenalizada o no su ejecución, ha de tener.

Yo tengo 35 años. He conocido casos de abortos entre menores, y también de embarazos no deseados que han salido felizmente adelante como todos los demás. Pero siempre ha sido un palo, una tragedia. Incluso en la más decidida a abortar de las que conocí, en todas, tarde o temprano, el aborto dejó una huella imborrable en su personalidad. Huellas de sufrimiento, o de madurez, y casi siempre de ambas cosas. Ésta madurez vino conferida por lo real de las consecuencias de los actos de uno, tangibles o no. Y éste sufrimiento, incluso apoyadas emocionalmente por su entorno, fue completamente normal, como lo es el duelo por un ser querido. Fue saludable, incluso, pues alecciona acerca de las consecuencias de los actos. Y eso también es madurar. Recibir las duras lecciones de la vida en carne propia y no ajena alecciona tanto más.

En cualquier caso, el referente ético siempre identificaba aborto con muerte injusta. Apoyo emocional a un amigo, hermano, hijo, primo o sobrino. Pero con ése referente ético. Y así debe ser, en mi humilde opinión. Eso es lo que me asusta de la cabalgata surrealista del escalofriante Zerolo, y las nomenclaturas ministeriales. Que desplacen el referente moral, y lo reemplacen por su eterno viva la virgen, o la no virgen, también en éste tema tan delicado.

Zapatero propone una tercera vía. La vía rápida. La de deshacerse del feto sin que cambie nada. Sin traumas. Sin asesoramiento emocional. Sin broncas familiares. Tirando de la cisterna, como deshaciéndonos del alijo de marihuana para que no te pillen tus padres.

Sin deberes. Todo derechos.

Ningún deber. Ni el de la reflexión, siquiera. Sin someter a juicio familiar la vida de un indefenso inoportuno a quien los actos irreflexivos o directamente irresponsables de su madre han traído a la vida. Sin obligar a la adolescente, finalmente, a la reflexión y al juicio de quien está a su cargo. Privando a la adolescente de argumentos más sabios que los suyos, privando a la adolescente de lecciones impagables, necesarias para asimilar los hechos que ocurren en su propia vida, y en la de alguien que aún no puede defenderse, no lo olvidemos.

Zapatero priva de todo eso, y lo hace tentando a la adolescente a tomar la salida rápida, y con prisa. Ahora o nunca. Mañana será tarde.

Zapatero siempre transfiere el problema, no arregla nada. Garoña, que se la coma el próximo. La quiebra, que se la coma el contribuyente. El aborto, que se lo coma el feto. Ese sí que no protesta.

Zapatero propone que adolescentes de dieciséis años puedan abortar sin el conocimiento de sus padres. Así, éstas adolescentes se pueden ahorrar la posibilidad de que la convenzan, y guardar el secreto para siempre. Llamándole «derecho» a la  muerte de un ser humano indefenso y que depende de la madre, y confiriéndole a éste aborto la virtud de liberar a la mujer, se estigmatiza a la menor embarazada que quiera tenerlo, o a la que quiere abortar pero siente terribles reparos morales, relegándolas al grupo de mujeres que eligen modelos antíguos y rancios, mujeres que renuncian a sus derechos y a su libertad. Frenos para el progreso.

Se alega que siempre se evalúa psicológicamente a la paciente. Pero ya me conozco cómo funcionan éstas cosas: «Aquí tú tranquila. No comemos el coco a nadie, y todo queda en casa», dice una enfermera, sin saber que está siendo grabada, a una paciente en una clínica abortista.

Claramente, ahí no se come el coco a nadie. Se les rompe a algunos, eso sí, pero esos no protestan. Los fetos se defienden en silencio porque aún no saben llorar. «Estoy reventado. Hoy he hecho x rompecocos», dice un médico al final de su jornada, también sin saber que estaba siendo grabado.

Fíjense la distancia dialéctica entre aborto, IVE y rompecocos. Es la distancia exacta entre lo trágico, lo fríamente administrativo y lo puramente anecdótico e irreflexivo, sin más consecuencia que el cansancio de un médico y el dinero obtenido a cambio. Y se dará en muchos casos la terna completa.

Imaginamos a Miriam, dieciséis años. Se queda embarazada. Nadie lo sabe. Tiene tres amigas que se quedaron embarazadas también a esa edad.

Una se lo dijo a sus padres, y ellos la convencieron de tenerlo. Todo el día trabaja y cuida a su hijo. Le quiere mucho, pero tiene muchas peocupaciones y ya no es la de siempre. Ahora es una mamá.

Otra se lo dijo a sus padres. La cayó un broncón, hubo llantos, y abortó. Pasó un tiempo mal, o triste, o arrepentida, o culpable por no sentir nada malo o por sentirse aliviada de haberse librado de toda esa responsabilidad, o culpable a secas, o un cóctel de todo ello. Entre todos la sacamos adelante. Hoy sigue con su vida, es una chica alegre. Ya no es exactamente la misma, es más madura. Pero pasó un malísimo trago y provocó conflictos en su familia.

Otra no se lo dijo a nadie, abortó y se fue de rositas. Nunca lo contó a nadie. Nunca habla de ello. Como si no hubiera ocurrido.

Y ahora, Miriam, tiene que elegir. Con dieciséis años, una formación media limitadita, y un intelecto adolescente, no sabe si quiere tener al niño, o si no lo quiere. No sabe cómo se lo van a tomar sus padres. Probablemente mal, pero ¿quién sabe? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? ¿Qué hacer?

No sé qué opción tomará Miriam. Y no sé si se arrepentirá en el futuro. Pero sé que su inmaduro juicio se verá nublado contínuamente por la tentación de tomar la impune, anónima y nocturna «solución» de Zapatero.

 Para el feto, siempre un aborto. Para el estado, un IVE. Para la madre, una anécdota sin más consecuencia que un recuerdo extraño y vago. Un rompecocos.

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