LESA MAJESTAD

El delito de lesa majestad es una ofensa hecha en contra de la dignidad del Rey o del Estado. Nadie dijo que esa ofensa no pueda venir por parte del propio monarca. Y en este caso, así me parece.

El historial reciente es apabullante. Los detractores de la monarquía están hinchados, y no les falta razón. Desde hace tiempo, la monarquía se ha convertido en su propia peor enemiga, y al final, tanta insistencia en remarcar que la familia Real es «como cualquier otra familia», les ha terminado por pasar factura. Y no solo a ellos, sino a todos nosotros, porque lo que atañe a la realeza, atañe a su pueblo.

Y tanto que son «como cualquier otra familia». Que yo recuerde, la primera vez que me sorprendió ver al rey hacer de currito de quinto izquierda fue cuando el 11-M, en las manifestaciones, a pie de calle. ¿Este señor, me dije, no debería estar moviendo cielo y tierra, como hizo, o hizo que hizo, cuando el golpe se lo montaron a él? Pero no, allí estaba, «como cualquier otra familia». No reinó aquellos días, no fué don Juan Carlos, sino el Juancar ese que vive en esa casa tan grandota.

Poco a poco se ha ido instalando en el imaginario popular esa insistencia en lo de que son «una familia como cualquier otra». Cuando nació Froilán, era un niño como cualquier otro. Cuando han llegado sus hermanos o primitos, todo ha sido «normalidad por aquí, normalidad por allá», hasta tal punto que llevo años sospechando que no es sólo un gesto de la provervial campechanía Real, sino tal vez una coartada para que no les pasemos factura cuando meten la pata «como cualquier familia normal».

El problema es que no son ninguna «familia normal». Son reyes, duques, infantas y príncipes. Y desde que ya no es normativo pensar que esa majestad no les fue dada por derecho divino, aquí el populacho tenemos derecho a exigir majestad a la realeza. Majestad. Ni brillantez, ni infalibilidad, sino pura y simple Majestad. No en vano, el rey se impersona en dicha cualidad cuando el protocolo exige que se le llame Majestad en vez de Juancarlitos o similares.

Y ahí, la famila Real ha fallado. Nos ha fallado a todos desde que ha hecho dejación de su función más importante, la de la Majestad. En cuanto supo que su yerno Urdangarín tenía todas las trazas de un echao palante, debió de tomar medidas. Y no cuando hacienda le busca cinco millones de euritos que no aparecen por ningún lado. Ahora, las medidas las está tomando el republiqueo. Las medidas de la guillotina, se entiende: tanto de alto, tanto de ancho…

Y esto en cuanto a los dineros solamente. Pero, ¿y la estética? Porque la Majestad, en tiempos del Estado laico, no recae en el derecho divino, sino en la rectitud que no mostró Urdangarín y que tampoco mostró su selectivamente miope suegro, y por supuesto en la sensación de rectitud. Ya se sabe, la mujer del César… Ahí, en la estética, es donde ha fallado estrepitosamente esta familia tan normal, corriente y a ratos vulgar. Tanto que el estrambótico Don Jaime de Marichalar y su patinete eléctrico, que con su bizarra combinación de estirado rancio abolengo y esa bohemia de comedia francesa de los setenta atrajo hacia sí las críticas propias y ajenas y se convirtió en el hazmerreir de España, incluida aquella innecesariamente cruel, aunque también sublime por surreal, humillación pública de su figura en el museo de cera, que fue, ya digo, una obra maestra de la chufla, la rechifla y la cuchufleta, al final en don Jaime se ha hecho efectivo aquello de «otros vendrán que os harán buenos». Y así, mientras el pueblo llano se cachondeaba de Marichalar, Urdangarín se lo llevaba crudo. Pero crudo, crudo. Y eso ya es más serio. Ríete del patinete.

Pero no se queda ahí la cosa. Después de una larga serie de titulares suscitados por las salidas de tono de SM, sus problemas de salud y los problemas familiares, el rumor más extendido es que el Rey está cartoniano, percudío y medio gagá. Pero en vez de comportarse como «cualquier familia normal», el gabinete de prensa de la Casa Real ha hecho de todo. No les echo la culpa, ojo, porque con semejante materia prima no creo que haya mucho que hacer, pero dado que los jefes de prensa de la Casa Real los elige la Casa Real, me atrevo a sospechar que probablemente tampoco es que estén muy bien asesorados. Y si lo están, no les hacen ningún caso. Pero vamos, que no se puede ir de normal por la vida y luego, cuando el rey aparece cojeando, o con un ojo morado, o etc etc etc, dedicarse su gabinete a jugar al misterio, al secreto real, a dar explicaciones vagas e imterpretables que hacen las delicias del desolladero de la prensa del corazón y la que no es del corazón, y por supuesto, de los republicanos, claro. Y es que a ratos me da la impresión de que la prensa del Rey la lleva Carrillo.

Luego llega el estúpido asunto del escopetazo de Froilán. Lo que faltaba, dijimos, criaturitas de nosotros, sin saber que a esas alturas el Rey se había roto la cadera cazando elefantes en Botswana. ¿Cazando elefantes en Botswana? ¿Pero no era que está cojeando el hombre, que se da contra las puertas y se le va la cabeza en mitad de las reuniones? Yo ya le hacía contando batallitas regias a su nietaje, con una mantita en las rodillas, y pantuflas que dejan ver el talón desnudo o con calcetín. Donde yo no le hacía a su majestad era cazando elefantes en Botswana.

Y la verdad, yo creo que la cosa se les ha ido de las manos. Mala señal, si Tomy Gómez y yo coincidimos en una opinión. Y es que o se es rey, o no se es. Y como aquí nadie obliga a nadie a ser rey, pues eso. Que o se es rey, o no se es. Y mientras la prima de riesgo se dispara a pesar deunos recortes dramáticos pero insuficientes a la par que inútiles si no se ataja el chiringuito de las duplicidades y las competencias autonómicas, yo creo que llamarle error a ser el rey de todo eso y no estar friendo a llamadas y reuniones a todo Cristo, sino en cambio andar rompiéndote la cadera cazando elefantes en Botswana, llamarle error se queda muy, muy corto.

Veamos. Si el rey está malito, cojea, anda flojo y tal, como es evidente, entonces la única manera de que cace elefantes es llevarle en jeep hasta colocarse a pocos metros de un paquidermo previamente adormilado, ponerle a SM la escopeta en las manos y decirle: «Majestad, ese es el suyo». Entonces SM apunta y dispara. Pum. El elefante al suelo. Te haces la foto con el pobre animal, le cortas los marfiles y a casita. ¡Uau, qué tío!¡Qué rey más hombre, más valiente tengo! Y no es que yo sea un detractor de la caza, por lo menos no un detractor a ultranza. No es algo que yo haría por gusto, pero bueno, el mundo está lleno de gente muy maja que se echa al monte cada temporada a echar unos tiros. Conejos, perdices, qué se yo. Lo de los muflones y ciervos, foto con la bota pisando la cabeza de la pieza cobrada, ya me da más repelús, aunque bueno, dicen que es una manera de mantener el equilibrio. Pero ya lo de que te lleven en jeep y te cargues a un elefante, eso no puedo verlo con buenos ojos.

Para empezar, como rey debes ser satisfactorio para tus representados. El pueblo español ve mal cazar elefantes. Es así, lo ve mal. Yo lo veo mal, y los demás también. Me parece que los elefantes tienen más majestad que muchas personas que yo conozco. Me sobrecoge que se mate por deporte un animal tan grande, tan longevo. No está en peligro de extinción, pero eso es lo de menos. En ese sentido, si la ballena azul no lo estuviera, tampoco me parecería plato de buen gusto que me llevaran en chalupa hasta ponerme una delante y dispararle un arponazo en el centro nervioso para llevarme a casa el trofeo y la sensación de superioridad sobre el mundo animal. Lo segundo ya lo tengo, en su justa medida, y lo primero no lo necesito, porque no me gusta la caza. Y vale, a mi rey le gusta cazar y a mí no. Él es rey y hace lo que quiere, que para eso es rey. Pero de ahí a matar elefantes, va un mundo. ¿Por qué no hizo público que se iba a cazar elefantes antes del accidente? Porque era mejor pasar desapercibido. Y más allá de los rumores que dicen que ese anonimato tenía más que ver con quién le acompañaba en esas vacaciones, cosa que entronca con el asunto de por qué doña Sofía no estuviera con él, que con los propios elefantes. Pero lo de los elefantes ha caído como un jarro de agua fría sobre la opinión pública, y eso, más allá de lo caro o barato del evento (al fin y al cabo, lo paga de su dinero) no ha ayudado demasiado a hacerle más popular. Vamos, que en este caso, nadie anunció que «el rey se va a cazar elefantes a Botswana como cualquier familia normal», ¿verdad? De hecho, oficialmente no estaba claro siquiera que el gobierno supiera que el rey estuviera allí. Y de hecho, el gobierno se ha encontrado en el brete de tener que mentir por él. Los equívocos balbuceos de Floriano lo dejaron claro. Si el gobierno supiera que el rey estaba en Botswana,  lo habría dicho a la primera pregunta de los periodistas, cosa que no se hizo. Y si no lo sabía el gobierno, que tiene la obligación de saberlo, ¿qué seguridad llevaba el rey? ¿La seguridad del rey es a expensas del gobierno? ¿O es el gobierno quien hizo dejación de funciones? Y por otro lado, teniendo en cuenta la semana Santa que se ha marcado la Family: ¿existe tal family, o está absolutamente desestructurada, «como cualquier familia normal cuando deja de serlo», y no se trata más que de la coartada para poder seguir viviendo una vida incómoda de la que escapar a la mínima oportunidad, pero eso sí, a costa del erario público?

En total, un despropósito. Lo de la familia normal ha llegado a convertirse en una frase como «te da cuen!!». ¿Pues no llega la reina, saliendo de la Quirón donde atendían el pie de Froilán (pronador, supinador o Froilandor, una obra maestra de la chufla popular) y dice que lo que le ha pasado a su nieto «es lo que pasa siempre con los niños»? Que no, que no. Que nunca en mi vida he oido que nadie me diga «joé, tío, lo típico, mi hijo se ha metido dos plomos en el pie». Ni ustedes tampoco. Puede ocurrir, sí, pero no es «lo que siempre pasa» Eso no. No me tomen el pelo.Si existe el delito de lesa majestad, son ellos mismos, los reyes, los primeros que tienen que respetarse a sí mismos, si quieren exigir a los demás que lo hagamos. Que o se es rey o no se es. Que nadie te obliga a serlo. Y además, si no eres especialmente distinguido, tampoco mereces serlo.