Se habla mucho sobre el uso de las formas, y solemos convenir en que las formas son fundamentales para la correcta comunicación. No vengo yo ahora a denunciar que las formas estén sobrevaloradas. Sólo vengo a señalar que las formas, aún siendo fundamentales, no lo son todo.
Ésto lo sabe el cuerpo mucho mejor que la mente. Pongamos por caso, no sé, un incendio. No nos cedemos cortésmente el paso. Aún si la gente no se deja arrastrar por el pánico, la cortesía y el protocolo de corrección quedan bloqueados. ¿Es ilegítima esa actitud? Por supuesto que no. Es instinto de conservación. Nuestro rasgo más ancestral.
Los terroristas y sus simpatizantes juegan a eso, a que el contrario pierda las formas. Lo hacen pellizcando por lo bajo, susurrando medio de lado, dejandote bombas lapa, y calumniando a las espaldas. Uno trata de crear una barrera que le permita seguir con su vida sin que ésta se convierta en un contínuo enfrentamiento, en una guerra de guerrillas que no se puede ganar. Entonces, trata de hacer caso omiso.
Pero claro, ellos no cesan en sus provocaciones, y lo que se termina por crear es un clima de tensión. Éste clima de tensión alimenta al agresor, y envilece al agredido, que terminará por acusar anímicamente la situación. Desconfianza, paranoia, terror.
Situación que se acrecienta cuando ves que la mayoría de los propios, de los no terroristas, y buena parte de las autoridades, hacen como que no han visto nada. Mejor tú que yo, piensan, mirando hacia otro lado.
Entonces, un día el terrorista pone una bomba. Todo salta por los aires. Alguien muere. En mitad del tumulto, el terrorista te mira, brazos cruzados y media sonrisa, con el detonador asomando por el bolsillo. Entonces, cedes un instante a la ira y te acercas al terrorista con la sana intención de estrangularlo. Y es en ese momento cuando el terrorista, pringado de sangre hasta las cejas, apelará a las formas. Mirale, ha perdido las formas. Mirale cómo grita, mira lo que me está diciendo. Mira lo que me quiere hacer. Es un fascista.
Y, no falla, esos mismos equidistantes serán los primeros en llamarle a uno la atención por violento, por intolerante, por fascista. La bomba no le ha tocado cerca, y el ciudadano, para sentirse bueno y legítimo, necesita que nadie de su lado se crispe, agreda al etarra o le mente a su putísima (y nos quedamos cortos) madre. Son los equidistantes los que ofrecen más cobertura a los terroristas. Más que el entorno, más que el clima y más que las formas. La equidistancia general es todo lo que necesita un terrorista para vivir como Dios en la Tierra. Y la equidistancia de los líderes, ésa les da alas.
No, señor. Las formas no lo son todo.